Lucy (nombre ficticio) llegó a mí con sentimientos de tristeza, vacío y ansiedad.
Había conocido a un chico 2 años antes. Se había enamorado y se había mudado a vivir con él a otro país.
Inicialmente todo estaba bien, ella se dedicaba al comercio electrónico y podía realizar sin problema su trabajo desde cualquier lugar.
Su pareja seguía con su vida normal. Acudía al trabajo, solía quedar con amigos y el resto del tiempo lo pasaban juntos.
Pero poco a poco, Lucy empezó a notar que Pedro (nombre ficticio de la pareja de Lucy) se ausentaba cada vez más. Ella, inicialmente, lo justificó. Tenía mucho trabajo y además no podía estar pendiente siempre de ella.
Posteriormente, Lucy observó como Pedro, pasaba horas y horas chateando en el ordenador.
Empezó a preocuparse y a sentirse aislada. Estaba en otro país, su única referencia en el mismo era su pareja y, se daba cuenta como, poco a poco, ésta se iba distanciando.
Lucy decidió hablar con Pedro y explicarle sus observaciones. Y en ese momento empezó el calvario. Pedro reaccionó de forma violenta alegando control por parte de ella. Ella no entendía su reacción tan desmesurada. Y empezó a reorganizar su discurso intentando no ofenderle y suavizándolo.
Pedro aceptó las disculpas de Lucy pero la advirtió que necesitaba más comprensión por su parte.
Las semanas siguientes fueron bien, pero al poco tiempo, Pedro volvió a realizar los mismos comportamientos. Esta vez, además, Pedro aprovechaba cualquier ocasión para reprender a Lucy por cualquier motivo. Por no tener la casa ordenada, por decirle las cosas de forma brusca, incluso empezó a realizarle insinuaciones peyorativas sobre su físico, que, según él, había descuidado desde que se mudó.
La ansiedad de Lucy empezó a crecer. Poco a poco fue limitando sus actividades, por miedo, por aislamiento, pero también por la necesidad de controlar los movimientos de Pedro.
Llegó un momento que Lucy no trabajaba, simplemente merodeaba por casa analizando los movimientos y las ausencias de Pedro y ensayando la manera de hablar con él para que no se sintiera herido.
Y así pasaron los años, en los que Lucy, lentamente, perdió el trabajo, perdió su identidad, perdió a sus amigos, casi perdió su vida por completo.
Con Lucy trabajamos la necesidad de darse cuenta. De ver el tipo de persona que tenía al lado, pero también, ver la dependencia que ella tenía hacía esa persona. El nivel de tolerancia que había permitido y hasta donde había llegado.
Posteriormente, analizamos la infancia de Lucy. Lucy había crecido con un padre ausente y una madre depresiva. Estos hechos, ocasionaron que Lucy permanentemente tuviera que cuidar de su madre y de sí misma a una edad demasiado temprana.
Además, tanto la madre como el padre, sufrían repentinos cambios de humor que suponían un reto para ella: siempre debía entender qué les pasaba e intentar que se calmasen.
Todos estos hechos marcaron la infancia de Lucy y promovieron un concepto de amor erróneo que después replicó de forma inconsciente en esa relación.
La autoestima que no promovieron sus padres, era la misma autoestima que no promovía su pareja. Todo lo contrario; la pareja se encargaba de someterla a su antojo.
Después de restaurar las heridas de infancia, promovimos los hábitos y la toma de consciencia a futuro. Hicimos un trabajo para que ella se convirtiese para siempre en el centro de su vida, sin depender de otras personas pasara lo que pasara.
Lucy tuvo que aprender a cuidar de ella, a darse caprichos, a estar sola, a lidiar con las sensaciones de desamparo…
Antes del año, Lucy se había recuperado de esa relación tan tóxica y podía estrenar una nueva vida en la que la protagonista era ella.