Una ermita en medio de la montaña. Un paraje lleno de árboles y de rocas esculpidas. Un silencio sepulcral. Una paz indefinible.
Aquí es donde vive Montserrat Domingo, una ermitaña instalada en Sant Joan del Codolar desde hace 40 años.
Si subes a la ermita con la intención de contemplar el bello paraje, escuchar el silencio o cenar acompañado de la luna, es posible que los planes cambien a última hora.
Puede que Montserrat aparezca como un hada mágica y te mire con sus ojazos azules que te traspasan el alma. Puede que te invite a un té, o a muchos tés, puede que te abra su pequeña casa y que, de repente, te encuentres en un espacio-tiempo indescifrable en que sólo puedes escucharla embelesado por su espíritu.
Montserrat vive sola. Pero yo no me lo creo. Convive con su intensa energía. No tiene agua corriente, ni nevera. Dispone de luz desde hace sólo 10 años.
Guarda las cáscaras de las naranjas en un frasco de vidrio y las seca. «Si las pones en el té, lo aromatiza» me dice.
Esta adorable ermitaña conoce la sierra del Montsant de cabo a rabo. Normal, pienso yo, es su casa. No tan normal, pienso yo, se sabe las fuentes, los saltos de agua, sin mirar el mapa y de memoria. No mira el mapa porque la han operado de la vista. Y lo dice tan contenta que casi ríes con ella cuando te lo cuenta.
Una vez fue a caminar y se hizo daño en la cara. Le quedaron unas marcas durante varios días. «Es el beso de la montaña»
«La montaña me quiere y me avisa que tengo que ir con más cuidado. La montaña me enseña a entender y a solidarizarme con los más desfavorecidos, aquellos que en estos momentos lo pasan mal o están enfermos. »
Y yo en este punto ya no pienso en nada. Me he quedado absorta mirándola y siento amor en estado puro. Me doy cuenta de la lección de vida y de humildad que me acaba de dar. Me doy cuenta que yo iba a la ermita a disfrutar de las estrellas y cenar con mi compañero y, de repente, fluyendo con el momento, me llevo una experiencia sorprendente, de cuento, de fábula. Me he dejado llevar por su energía; he soltado los planes previstos que tenía y, sencillamente, he entendido que la vida te puede sorprender en cada momento, que no es necesaria agua corriente para ser feliz, que en la humildad de la soledad se puede ayudar a la gente, tanto o más que en la compañía. He aprendido que la vejez puede ser activa, plena, bonita. Y que las cáscaras de naranja aromatizan el té …
Así pues, la próxima vez que me caiga por la montaña, enferme, discuta con alguien, me entristezca o no tenga agua caliente, pensaré en Montserrat. Pensaré en el beso de la montaña, suave, dulce y tierno, que me dice: la vida es una maestra y tú, su alumna preferida.
*Foto gentileza de livinginpixels.net
Leer y oír palabras de Montserrat Domingo, es como beber un vaso de agua fresca en horas de calor. Gracias Montse.